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lunes, 19 de noviembre de 2012

El último viaje de Carlos "Charly" Coleman

Carlos salió de su departamento en el barrio porteño de Villa Devoto después de darle un beso a su esposa.

Antes, había besado en la frente a sus dos hijitas que todavía dormían. Sería el último saludo antes del fin. Se subió a su falcón rural y lo encaminó, al igual que a sus pensamientos, a la fábrica Ford donde trabajaba. 

Nunca llegaría a la planta en Pacheco, al norte del Gran Buenos Aires, porque un auto a toda velocidad embistió al suyo, la puerta se abrió y el cayó a la calle y de un golpe en la cabeza se mató.

Lo mató el hombre alcoholizado que conducía el otro coche. Que yo sepa nunca fue a la cárcel ni pagó por la tragedia que su inconsciencia ocasionó: una viuda y dos huérfanas de padre, atravesadas por el dolor y un sin fin de preguntas sin respuestas. 

Qué decir del corazón de un padre que se quedó sin hijo, de una hermana que perdió al hermano menor y de una multitud de familiares y amigos shockeados por la desaparición de un hombre en la plenitud de la vida.

Esta historia ocurrió hace como cuarenta años y en aquella época mi tío Carlos, que para todos sus sobrinos era nuestro"uncle Charlie", murió con 32, 33 años y todo un futuro por delante

Mis ojos de niños supieron de la muerte de un hombre. A la vuelta de la vida, repaso la tragedia y me doy cuenta de que era un tipo joven, con todo o casi todo por hacer.


Cuento esto porque hoy es el Día mundial en recuerdo de las víctimas de tránsito. Y desde hace muchos años, miles o decenas de miles de personas en la Argentina lloran a sus muertos en accidentes de tránsito. O "hechos de tránsito", como se ocupó de recalcarme hoy la presidente de la Red de Familiares y Vecinos de Victimas de Tránsito Provincia de Buenos Aires (FAVEVITRA), Zulma Farditi.

Encontré a Farditi, a la mamá de Elías Gal (atropellado y abandonado en febrero de 2007) y a otras personas en la esquina de Lima e Independencia, en el centro de Buenos Aires, clamando por justicia. Esta mañana eran apenas un puñado: familiares, algún funcionario, autobombas, carteles, plantines de flores blancas, estrellas que recuerdan a los muertos y un monumento grotesco al semáforo como símbolo burlón del desapego nacional por la ley de tránsito. 

En la Argentina mueren 22 personas promedio por día como consecuencia de hechos de tránsito. Son más de 7.900 personas por año que dejan de ser en las calles de nuestro país. Y no hablemos de los sobrevivientes. Una guerra sin declaración de guerra, sin cuartel, sin fin, sin culpables. 

Todos contra todos, automovilistas contra peatones, motoqueros contra ciclistas, camioneros contra colectiveros. Furor, angustia y frustración hoy quedan reflejados a la hora de conducir. Y los resultados están a la vista. Que alguien baje un cambio, por favor.

No cedamos a la impaciencia, cedamos el paso, no aceleremos con el semáforo en amarillo, respetemos la senda peatonal, salgamos con tiempo a todos lados. La vida es muy valiosa y tenemos una sola.